lunes, 18 de febrero de 2013

Los ojos verdes - Capítulo III

El despertar fue una mezcla entre dulce, amargo, apacible y extraño. No estaba acostumbrada a que mi despertador fuese un beso suave en los labios y el olor de unas tostadas recién hechas. Abrí los ojos y le vi a mi derecha, con el torso aun desnudo. “Buenos días” mi voz sonaba demasiado ronca y pesada. Me volvió a besar. Le miré a los ojos, castaños, comunes. Un característico color verde invadió mi mente sin esperarlo. Me estremecí y traté de sonreír. Todo había pasado demasiado rápido.

Aquella podría haber sido una gran mañana, podría, pero no, parecía que mi mente se negaba a dejarme disfrutar. Algo en mi interior estaba implosionando, y desconocía el porqué, bueno, tal vez no. Una vez sola en casa, el malestar incrementaba exponencialmente. La tarde, el apéndice de la mañana. Sentía que las paredes me ahogaban, el recuerdo de Mario y el miedo consumían demasiado aire. Rápidamente me puse los vaqueros y el primer suéter que encontré, necesitaba escapar. El aire fresco del atardecer era justo lo que necesitaba. Caminé sin destino alguno, dejándome llevar completamente. Perdí la noción del tiempo, descubrí nuevos lugares, extraños aun para mí después de casi veinticinco años. De repente, algo llamó mi atención, era un grafiti. Me paré unos instantes, la colorida y trabajada pared estaba firmada por un tal Mario. Me giré bruscamente y aceleré el paso, tratando de pensar en lo ocurrido con Sergio, intentando inútilmente borrar esos ojos verdes de mi memoria. Algo más relajada, decidí descansar un rato en el parque del lago. Sentada frente al pequeño estanque, con la mirada perdida, encendí mi iPod, automatizada. Tras escuchar un par de canciones, la casualidad decidió volver a sacarme de mis casillas. “Green eyes” inédita de Coldplay. Maldito modo aleatorio. Parecía que era imposible escapar del recuerdo. Me moría de ganas por volver al Rincón de los soñadores frustrados, por continuar la historia que comenzó la pasada noche, aunque sabía que no debía. Cerré los ojos y traté de relajarme dejando la mente en blanco, pero era completamente imposible.

Dejé de reprimirme y con decisión me encaminé hacia el origen tanto de mi deseo, como de mi malestar, necesitaba verle de nuevo. Una cartera en el suelo, de piel, muy desgastada y descolorida, castigada por los años. La abrí con curiosidad para ver si contenía algo. Veintitrés euros, dos entradas de Green Day, unas cuantas tarjetas y el DNI. Miré este último para descubrir la identidad del propietario. Borja Aguilar, rasgos rudos, barba de un par de días, pelo desarreglado, no pude apreciar más detalles en la pequeña foto. Al día siguiente la entregaría en comisaría, era demasiado tarde. Seguí mi rumbo.

Un gran cartel en la puerta. Cerrado, no podía ser. Me acerqué al cristal, aunque no parecía el mismo de la pasada noche. Oscuridad y abandono. El deterioro del local era evidente. No entendía absolutamente nada. ¿Lo habría soñado todo? Miré el número, 23. Igual que el dinero de la cartera. Algo quería hacerme enloquecer por completo, arrebatarme la poca cordura que aún conservaba. Cerré los ojos con fuerza, con el deseo de que al abrirlos de nuevo, todo cobrase sentido. El estridente color rojo de las letras de nuevo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Decepcionada di media vuelta, con la intención de volver casa.

Cuando aún no había dado un par de pasos, una quejumbrosa voz a lo lejos lamentaba la pérdida de su cartera. Disimuladamente me acerqué a la puerta de aquel bar. Le miré varias veces, parecía el, pero no estaba del todo segura. A pesar de su excitación, decidí dirigirme a él haciéndome la curiosa para asegurarme. Tras preguntarle indirectamente por la pérdida, me contesto angustiado: El dinero es lo de menos, serian veinte euros o así, pero llevaba unas entradas para un concierto que me habían costado mucho de conseguir. Él era Borja, no cabía duda. Todas las casualidades me llevaban a aquella calle, al garito de la locura, al recuerdo de unos ojos verdes, hipnóticos.

Con el paso de los meses conseguí olvidarme de él, aprendía a ignorar las señales, a seguir con mi vida al margen de todas ellas. Tras el inestable comienzo, mi relación con Sergio fue consolidándose conforme el recuerdo de Mario se diluía. Las primeras semanas fueron complicadas, mi obsesión era cada vez mayor, cada noche, al atardecer pasaba frente “El Rincón de los soñadores frustrados” con la esperanza de encontrarlo cómo la primera vez, con esa vida, esa bohemia que me había enamorado irracionalmente. Cada noche también, una nueva decepción, el paso de los días mataba vilmente el local, sumiéndome en una extraña angustia.

Llegué a preguntarme si todo aquello había sido un sueño, una alucinación, o tal vez, mi propia imaginación jugándome una mala pasada. Pero entonces, abría el pequeño cajón de la vitrina del recibidor, y comprobada que la nota existía de verdad, la releía, para así poder mantener con vida el recuerdo un poco más.

Tarde bastante en darme cuenta de que no volvería a aparecer, que estaba perdiendo el tiempo cada noche, y lo que era peor, estaba perdiendo a Sergio. Todo aquello era una estupidez, y así un buen día, sin dejarme tiempo para pensarlo de nuevo, hice trizas la nota y decidí no volver a pasar nunca más por el rincón de los soñadores frustrados. Mi vida volvió entonces a la normalidad. Poco a poco, la rutina sustituyó la locura, y la estabilidad y el cariño a la obsesión.

Hicieron falta un par de años, y un puñado de dudas para que la acción, guerrera, regresara para desterrar a la aburrida rutina de mi vida. Sergio era todo lo que cualquier mujer podría desear, ahí precisamente estaba en el problema. Su perfección, resultaba monótona, rutinaria. No sentía lo que se siente cuando se está enamorada de verdad, la relación tan solo se mantenía en pie gracias al cariño y el miedo a la soledad. Faltaba lo más importante, la pasión, la emoción, pero ante todo, el amor. Sabía perfectamente, que no le amaba.

Las dudas eran insostenibles, necesitaba un pequeño empujón, algo que me ayudase a lanzarme al cambio. La noche del 23 de Febrero resultó ser el más explosivo detonante que podría haber llegado esperar.  La nieve era la protagonista, las calles  estaban teñidas de blanco, un blanco que a su vez, reflejaba tenuemente la cálida luz de las farolas, restando así frialdad a la noche. Paseábamos de la mano por calles al azar, una nevada era un evento muy especial, hacía años que no tenía lugar en la ciudad. No pensábamos en que rumbo tomar, simplemente disfrutábamos como críos. Por unas horas, parecía que la magia había regresado a nuestra relación, hacía mucho tiempo que no lo pasábamos tan bien. Una guerra de nieve, un pequeño y feliz muñeco de nieve adornando el parque del lago. Caminábamos alegremente, sin saber cómo ni porqué, tras algo más de dos años esquivándola, apareció de nuevo esa pequeña calle que tantos dolores de cabeza me había traído consigo en el pasado. Inconscientemente aceleré el pasó, y concentré toda mi atención en tratar de evitar lo inevitable. No quería mirar el abandonado local, me negaba a reabrir viejas heridas. Sergio, completamente ajeno a mi batalla interior, continuaba irradiando alegría, observando cada detalle, por inhóspito que pareciese.

-¡Irma, mira que sitio más curioso! –me estiró bruscamente del brazo, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo por completo.
-Sí. –una respuesta prolongada e inaudible, que fue quebrándose progresivamente, a la vez que todo el vello del mi cuerpo se erizaba.  

Empalidecí de repente, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. El Rincón de los Soñadores Frustrados emanaba más vida que nunca. Algo paralizada, miré el interior, era tal y como lo recordaba, con su juego de luces y sombras, un oasis para la bohemia y la nostalgia a una época pasada, más auténtica, menos superficial. Aun recordaba a la perfección el lugar exacto en el que fui  hechizada años atrás. Miré su mesa, la de Mario. Allí estaba, manteniendo desde el primer instante el contacto visual, de un modo que podría llegar a  resultar agresivo, esbozando a la vez, una amplia sonrisa. El corazón se me aceleró descontroladamente, mi cabeza retumbaba con cada latido que resonaba insistente en la sien. 

 
 

 

1 comentario:

  1. cada día estoy mas enamorada de esto!! :) ¡Sigue Miriam! esta muy chulo y me encanta como te expresas!

    ResponderEliminar