Aquella podría haber sido una gran
mañana, podría, pero no, parecía que
mi mente se negaba a dejarme disfrutar. Algo en mi interior estaba
implosionando, y desconocía el porqué, bueno, tal vez no. Una vez sola en casa,
el malestar incrementaba exponencialmente. La tarde, el apéndice de la mañana.
Sentía que las paredes me ahogaban, el recuerdo de Mario y el miedo consumían
demasiado aire. Rápidamente me puse los vaqueros y el primer suéter que
encontré, necesitaba escapar. El aire fresco del atardecer era justo lo que
necesitaba. Caminé sin destino alguno, dejándome llevar completamente. Perdí la
noción del tiempo, descubrí nuevos lugares, extraños aun para mí después de
casi veinticinco años. De repente, algo llamó mi atención, era un grafiti. Me
paré unos instantes, la colorida y trabajada pared estaba firmada por un tal
Mario. Me giré bruscamente y aceleré el paso, tratando de pensar en lo ocurrido
con Sergio, intentando inútilmente borrar esos ojos verdes de mi memoria. Algo
más relajada, decidí descansar un rato en el parque del lago. Sentada frente al
pequeño estanque, con la mirada perdida, encendí mi iPod, automatizada. Tras
escuchar un par de canciones, la casualidad decidió volver a sacarme de mis
casillas. “Green eyes” inédita de Coldplay. Maldito modo aleatorio. Parecía que
era imposible escapar del recuerdo. Me moría de ganas por volver al Rincón de
los soñadores frustrados, por continuar la historia que comenzó la pasada
noche, aunque sabía que no debía. Cerré los ojos y traté de relajarme dejando
la mente en blanco, pero era completamente imposible.
Dejé de reprimirme y con decisión me
encaminé hacia el origen tanto de mi deseo, como de mi malestar, necesitaba
verle de nuevo. Una cartera en el suelo, de piel, muy desgastada y descolorida,
castigada por los años. La abrí con curiosidad para ver si contenía algo.
Veintitrés euros, dos entradas de Green Day, unas cuantas tarjetas y el DNI.
Miré este último para descubrir la identidad del propietario. Borja Aguilar,
rasgos rudos, barba de un par de días, pelo desarreglado, no pude apreciar más
detalles en la pequeña foto. Al día siguiente la entregaría en comisaría, era demasiado
tarde. Seguí mi rumbo.
Un gran cartel en la puerta. Cerrado, no
podía ser. Me acerqué al cristal, aunque no parecía el mismo de la pasada
noche. Oscuridad y abandono. El deterioro del local era evidente. No entendía
absolutamente nada. ¿Lo habría soñado todo? Miré el número, 23. Igual que el
dinero de la cartera. Algo quería hacerme enloquecer por completo, arrebatarme
la poca cordura que aún conservaba. Cerré los ojos con fuerza, con el deseo de
que al abrirlos de nuevo, todo cobrase sentido. El estridente color rojo de las
letras de nuevo, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Decepcionada di media
vuelta, con la intención de volver casa.
Cuando aún no había dado un par de
pasos, una quejumbrosa voz a lo lejos lamentaba la pérdida de su cartera.
Disimuladamente me acerqué a la puerta de aquel bar. Le miré varias veces,
parecía el, pero no estaba del todo segura. A pesar de su excitación, decidí
dirigirme a él haciéndome la curiosa para asegurarme. Tras preguntarle
indirectamente por la pérdida, me contesto angustiado: El dinero es lo de
menos, serian veinte euros o así, pero llevaba unas entradas para un concierto
que me habían costado mucho de conseguir. Él era Borja, no cabía duda. Todas
las casualidades me llevaban a aquella calle, al garito de la locura, al
recuerdo de unos ojos verdes, hipnóticos.
Con el paso de los meses conseguí olvidarme de él, aprendía a ignorar las señales, a seguir con mi vida al margen de todas ellas. Tras el inestable comienzo, mi relación con Sergio fue consolidándose conforme el recuerdo de Mario se diluía. Las primeras semanas fueron complicadas, mi obsesión era cada vez mayor, cada noche, al atardecer pasaba frente “El Rincón de los soñadores frustrados” con la esperanza de encontrarlo cómo la primera vez, con esa vida, esa bohemia que me había enamorado irracionalmente. Cada noche también, una nueva decepción, el paso de los días mataba vilmente el local, sumiéndome en una extraña angustia.
Con el paso de los meses conseguí olvidarme de él, aprendía a ignorar las señales, a seguir con mi vida al margen de todas ellas. Tras el inestable comienzo, mi relación con Sergio fue consolidándose conforme el recuerdo de Mario se diluía. Las primeras semanas fueron complicadas, mi obsesión era cada vez mayor, cada noche, al atardecer pasaba frente “El Rincón de los soñadores frustrados” con la esperanza de encontrarlo cómo la primera vez, con esa vida, esa bohemia que me había enamorado irracionalmente. Cada noche también, una nueva decepción, el paso de los días mataba vilmente el local, sumiéndome en una extraña angustia.
Llegué a preguntarme si todo aquello
había sido un sueño, una alucinación, o tal vez, mi propia imaginación
jugándome una mala pasada. Pero entonces, abría el pequeño cajón de la vitrina
del recibidor, y comprobada que la nota existía de verdad, la releía, para así
poder mantener con vida el recuerdo un poco más.
Tarde bastante en darme cuenta de que no
volvería a aparecer, que estaba perdiendo el tiempo cada noche, y lo que era
peor, estaba perdiendo a Sergio. Todo aquello era una estupidez, y así un buen
día, sin dejarme tiempo para pensarlo de nuevo, hice trizas la nota y decidí no
volver a pasar nunca más por el rincón de los soñadores frustrados. Mi vida
volvió entonces a la normalidad. Poco a poco, la rutina sustituyó la locura, y
la estabilidad y el cariño a la obsesión.
Hicieron falta un par de años, y un
puñado de dudas para que la acción, guerrera, regresara para desterrar a la
aburrida rutina de mi vida. Sergio era todo lo que cualquier mujer podría
desear, ahí precisamente estaba en el problema. Su perfección, resultaba
monótona, rutinaria. No sentía lo que se siente cuando se está enamorada de
verdad, la relación tan solo se mantenía en pie gracias al cariño y el miedo a
la soledad. Faltaba lo más importante, la pasión, la emoción, pero ante todo,
el amor. Sabía perfectamente, que no le amaba.
Las dudas eran insostenibles, necesitaba
un pequeño empujón, algo que me ayudase a lanzarme al cambio. La noche del 23
de Febrero resultó ser el más explosivo detonante que podría haber llegado
esperar. La nieve era la protagonista,
las calles estaban teñidas de blanco, un
blanco que a su vez, reflejaba tenuemente la cálida luz de las farolas,
restando así frialdad a la noche. Paseábamos de la mano por calles al azar, una
nevada era un evento muy especial, hacía años que no tenía lugar en la ciudad.
No pensábamos en que rumbo tomar, simplemente disfrutábamos como críos. Por
unas horas, parecía que la magia había regresado a nuestra relación, hacía
mucho tiempo que no lo pasábamos tan bien. Una guerra de nieve, un pequeño y
feliz muñeco de nieve adornando el parque del lago. Caminábamos alegremente,
sin saber cómo ni porqué, tras algo más de dos años esquivándola, apareció de
nuevo esa pequeña calle que tantos dolores de cabeza me había traído consigo en
el pasado. Inconscientemente aceleré el pasó, y concentré toda mi atención en
tratar de evitar lo inevitable. No quería mirar el abandonado local, me negaba
a reabrir viejas heridas. Sergio, completamente ajeno a mi batalla interior,
continuaba irradiando alegría, observando cada detalle, por inhóspito que
pareciese.
-¡Irma, mira que sitio más curioso! –me
estiró bruscamente del brazo, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo por
completo.
-Sí. –una respuesta prolongada e
inaudible, que fue quebrándose progresivamente, a la vez que todo el vello del
mi cuerpo se erizaba.
Empalidecí de repente, no podía dar
crédito a lo que veían mis ojos. El Rincón de los Soñadores Frustrados emanaba
más vida que nunca. Algo paralizada, miré el interior, era tal y como lo
recordaba, con su juego de luces y sombras, un oasis para la bohemia y la
nostalgia a una época pasada, más auténtica, menos superficial. Aun recordaba a
la perfección el lugar exacto en el que fui
hechizada años atrás. Miré su mesa, la de Mario. Allí estaba, manteniendo
desde el primer instante el contacto visual, de un modo que podría llegar
a resultar agresivo, esbozando a la vez,
una amplia sonrisa. El corazón se me aceleró descontroladamente, mi cabeza
retumbaba con cada latido que resonaba insistente en la sien.
cada día estoy mas enamorada de esto!! :) ¡Sigue Miriam! esta muy chulo y me encanta como te expresas!
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