miércoles, 13 de febrero de 2013

Los ojos verdes. Capitulo I

Nunca he creído en el destino, o tal vez, nunca he querido creer en él. Dicen que cuando conoces a esa persona, esa con la que estas destinada a compartir tu vida, algo se enciende en tu interior, lo sabes desde el primer instante. Aunque ignores esta corazonada, te perseguirá, de un modo u otro; sueños, números, palabras, encuentros, empezarás a enloquecer, a ver, que todo aquello que creías cuentos de hadas, es real. Blablabla, seguro que ya estás pensando, ya me quieren contar el mismo rollo de siempre. Pues no, la teoría está muy escuchada, aburre. Aquí os dejo mi historia, la demostración del destino, de sus señales y sorpresas.

El sol brillaba con fuerza aquella mañana de primavera, un día más de una rutina que sinceramente, ya cansaba. Caminaba sin fuerza alguna, programada, funcionando casi por inercia. Llegué a casa a la misma hora de siempre, prepare unos macarrones y me tumbé un rato en el sofá, como de costumbre. Era viernes, estaba agotada, como no. Los años pasaban factura. Cogí el móvil, lo mejor sería aplazar la cena. Una cita con la peli romántica de los viernes y el bote de palomitas en vez de con los compañeros de trabajo. Cambié de canal, los Simpson, interesante, justo una escena de la vieja de los gatos. Un escalofrió recorrió de arriba abajo mi cuerpo, si continuaba comportándome como una soltera cuarentona, acabaría como ella. Genial. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? Tenía que espabilar. Hacía tiempo que había desistido en el amor. Dos décadas y media son suficientes para darse cuenta de que, todos los hombres, en el fondo, son iguales. Yo era una joven fuerte e independiente, no necesitaba a nadie para ser feliz, bueno, tal vez sí. Cogí el teléfono de nuevo, ya era hora de pasarlo bien, de ahogar las penas del pasado y vivir. A demás, llevaba tiempo ignorándolo, pero Sergio no me quitaba ojo de encima. Incluso podría darle una oportunidad. No, eso no, ¿sufrir de nuevo?, nunca.

Era noche de sacar de nuevo los tacones. ¿El vestido rojo de gasa con el agujero en la espalda? No, demasiado provocativo. Tal vez, la falda de vuelo negra con la blusa blanca. ¿Y los labios? ¿Rojos o fresa? el mismo dilema de siempre. Me miré al espejo satisfecha. Parecía sacada de los años 60, siempre había imaginado cómo hubiese sido vivir en París de aquellas décadas, inhalando elegancia, entonces todo era más auténtico, más real. Los hombres, eran caballeros, y hasta los macarras tenían estilo. Miré el reloj, tres veces cómo mínimo. No podía ser, llegaba tardísimo, bueno, tardísimo era poco. Cerré la puerta con cuidado para salir luego corriendo. Tenía que comprarme un coche urgentemente.

Era una noche oscura, algo fría para ser Abril. Demasiado triste para ser viernes. Corría por las calles, cogiendo atajos, cruzando semáforos en rojo, ignorando el dolor de los tacones. Noté una pequeña y casi imperceptible gota de agua. No, no podía pasarme a mí. En menos de 5 minutos, más que una calle, aquello parecía un balneario. Caminaba empapada de los pies a la cabeza, algo torpemente, maldiciéndome por no haberme quedado en casa. Cambié la ruta establecida, en busca de aceras resguardadas. Un girón de pie, el tacón por un lado, el zapato por otro. No, no, no, no, no. Con un pie descalzo, intenté caminar, pero era casi imposible. Miré el cielo con un odio desmedido. Justo una gota calló en mi ojo, haciéndome parpadear cómicamente. La gota que colmó el vaso, y nunca mejor dicho. Busqué el móvil en el pequeño bolso, llamaría a un taxi para volver a casa. La sorpresa fue que no estaba, seguramente, estaría esperándome sobre la vitrina del recibidor. Algo quería que no me moviese de aquel lugar, una fuerza extraña, tal vez, ¿la fuerza del destino?

Me giré repentinamente. “El rincón de los soñadores frustrados”. Estaba oscuro, la única luz; tenue, titubeante, chispeante; velas. El reflejo de cada una de estas en los ojos de los clientes, en sus copas. Un aura llena de romanticismo, bohemia, con un ápice de sensualidad, tal vez, hasta erotismo. La madera predominaba y destacaba frente a todo lo demás, techos abuhardillados, detalles tallados. Eran de diferentes tonos, algunas casi tan oscuras como aquella noche sin luna, otras, tan claras que podría decirse que eran blancas. Un lugar que incitaba al cobijo, que llamaba a gritos. Me acerqué un poco más al ventanal que conectaba con aquel peculiar garito. La lluvia me azotaba furiosa. Gramolas, cuadros estilo vintage y todo tipo de detalles que sumándose uno a uno, lograban transportarte a otra década, otros tiempos. Intuí el tipo de música que se podría escuchar en el local, apostaba por algo de Rock’n Roll ochentero, o tal vez, anterior incluso. Unos grandes y brillantes ojos verdes me observaban casi tan atentamente cómo yo analizaba El Rincón de los Soñadores Frustrados. Mantuve el contacto unos segundos. Se me erizó el vello, no sabía si por el frio o por la mágica de aquella mirada. Dejé de resistirme y, sin pensarlo más, entré con decisión.



1 comentario:

  1. Tiene un ritmo magnífico, y unas frases sugerentes, ocurrentes e incluso graciosas. Pero, sobre todo, es frenético. Y atrapa.

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