-Vamos a entrar. –Sergio me arrastró
casi literalmente al interior del garito, yo para variar, continuaba bloqueada.
Nos sentamos en la parte final del
local, el bajísimo techo abuhardillado estaba adornado cuidadosamente con
motivos invernales. Sentada estratégicamente de espaldas a Mario, si le seguía
el juego, caería de nuevo en la obsesión. Después de un largo rato, la tensión
desapareció, y casi olvidé por completo su indeseada presencia. No tardamos
demasiado en levantarnos para regresar a casa, al fin y al cabo, por mucha
nieve que hubiese, la mañana siguiente era laborable. Ya en la barra, justo
cuando nos disponíamos a pagar, algo me sobresaltó inesperadamente. Una voz,
pero no una cualquiera, tenía algo inexplicablemente atrayente; suave pero a la
vez grave y masculina, irradiaba seguridad tanto seguridad como seducción,
desde luego, nunca antes había escuchado
algo igual. Saludaba a alguien pero nadie contestaba. Insistió varias veces, pero el interpelado se resistía. Más en mi
mundo que en la realidad, el golpeteo de un dedo en mi espalda volvió a
alterarme de golpe. Me giré inquieta, para después, quedarme completamente
paralizada. Era el. Susurré un ahogado hola
en un sonoro suspiro. No pude evitar mirarle a los ojos, de cerca, eran aún más
hipnóticos. El contacto visual era intenso, casi sin parpadear, sin desviar la
mirada lo más mínimo.
-Cuanto tiempo. –tan solo escuchar su
voz ya hacía estremecer cada musculo de mi cuerpo.
-Si.-No me salían las palabras, sentía
que estaba bajo un extraño hechizo, o tal vez incluso, una maldición, la de sus
ojos.
-Pensaba que no volverías a venir. –
parecía algo enojado.
-Lo intenté, pero era imposible. – la
voz me temblaba en exceso.
-No era imposible, tan solo que[…] no
sabías como hacerlo. –mi excesiva expresividad delató la perplejidad en la que
estaba sumida.-Veo que no entiendes nada.
-Sinceramente, no.
-Puede que así sea mejor.
-O puede que no. –se hizo el silencio,
con temor a perderle de nuevo, añadí- ¿qué es exactamente lo que tengo que
entender?
-El porqué de nuestros encuentros.
-Sigo sin entenderte.
-Algún día lo harás. –Dicho esto, y sin
despedida alguna, dio media vuelta y salió del local.
Olvidando por completo a Sergio, salí
corriendo tras él. Había desaparecido, se había evaporado en la nada. No me
sorprendí, había algo en Mario que
escapaba de toda lógica, explicación o ciencia. Dos posibles hipótesis
para resolver el misterio; la primera era la magia, y la segunda y más
probable, que hubiese perdido por completo la cabeza. Para aumentar aún más mi
locura, cuando me giré disponiéndome a entrar de nuevo en El Rincón de los
Soñadores Frustrados, estaba de nuevo abandonado. Sergio observaba el
descuidado y anticuado interior. Le miré, pero no vi nada. En mi cabeza tan
solo había lugar para esos ojos verdes, para esa aura de misterio. Volví a
echarle otra mirada, me acerqué y le bese en los labios. No sentía
absolutamente nada.
-Sergio, tenemos que decirte algo.
–Cerré los ojos, me sentía terriblemente culpable.
-Dime cariño. –parecía alegre, lo que
incrementó aún más mi malestar.
-Es importante. –Contesté secamente.
-¿Te pasa algo? –la preocupación era
evidente.
-Creo que lo nuestro ya no funciona, y
lleva tiempo sin hacerlo. –Miré fijamente el suelo, y sin pensarlo dos veces,
me dejé llevar por la corazonada.
-¿Cómo puedes decir eso, Irma? – me tomó
por el mentón obligándome a mirarle a los ojos, pero entonces, los cerré con
fuerza.
-Nuestro amor ha muerto Sergio ¿es que
no te das cuenta? –me soltó repentinamente, y giró la cara hacia otro lado,
tratando de escapar.
-No, Irma, no lo veo.- se hizo un
incómodo silencio – yo te quiero, con locura Irma.- Otra pausa, está algo más
larga - ¿Qué es lo que he hecho mal? Puedo cambiar, te lo prometo.
-No, no has hecho nada mal, soy yo, lo
siento, pero no quiero seguir con esto, tengo demasiadas dudas. –Tuve la
suficiente valentía como para mirarle a la cara, desencajada, los ojos,
aguados.
Me acerqué para darle el último beso,
agridulce, con un ligero sabor a sal, por las lágrimas. Yo también estaba
llorando. El beso fue breve pero intenso, muy doloroso, justo la despedida que
se merecía una relación como aquella. Nos dimos la espalda, para continuar cada
uno con su camino, para seguir con el trayecto que nuestro destino tenia
escrito para nosotros, por separado.
Lo más curioso es que, a partir de aquel
día, no volvería a ver nunca más a Mario. Inventé cientos de planes, ingenié
miles modos, millones de hipótesis para poder resolver así el misterio, pero
las incógnitas eran infinitas, y el sistema, imposible. La primera semana, creí
verle un par de veces, pero todo era producto de mi imaginación, de mi obsesión.
Llegué a plantearme ir al psicólogo, pero al final, no hizo falta. El tiempo
hizo bien su trabajo, y así, poco a poco fui olvidando, el hechizo fue
desapareciendo. El recuerdo quedó difuminado entre la realidad y el sueño,
haciendo equilibrios en la frágil cuerda floja que les separa.
Mi vida finalmente, volvió a la
normalidad. Las noches de los viernes volvieron a ser solitarias, las películas
románticas y las palomitas, mis mejores compañeras. Pasaban los años, pero sin
embargo, yo me había quedado completamente estancada, mi vida no avanzaba hacia
ninguna parte. Fueron años mediocres, aburridos y poco productivos. Tiempos
perdidos, juventud desechada.
Una mañana cualquiera, volviendo de
hacer la compra, el destino, quiso hacerme comprender aquello que durante tanto
tiempo me había atormentado. Era verano, y el sol abrasaba, hacía un calor
insoportable. Me apresuré en regresar a casa, intentando correr torpemente
cargando las pesadas bolsas. No veía nada, la luz era cegadora. De repente, un
golpe seco. Reboté y caí al suelo, desparramando todo el contenido de las
bolsas por la estrecha calle. Alcé la vista, unos cálidos ojos color miel a
juego con los pequeños tirabuzones que caían desarreglados sobre un anguloso
rostro.
-Lo siento. – Era la voz, la
inconfundible voz de Mario, idéntica, por muy imposible que pareciese – Lo
siento, lo siento… -repetía casi sistemáticamente mientras me daba la mano para
ayudarme a ponerme en pie.
-No te preocupes, estoy bien. –le
contesté amablemente mientras él recogía la compra.
-Toma. –Me enganchó las bolsas en el
brazo, mientras sonreía con ganas y alegría.-Me alegro que no te hayas hecho
nada, de veras que lo siento.
-Me suenas muchísimo ¿sabes? –no dejaba
de mirarle fijamente, casi agresivamente por la intensidad.
-La verdad, que tú a mí también algo,
pero no recuerdo nada. –frunció los labios y desvió la mirada al cielo
pensativo.
-Bueno, no importa, será una sensación.
–Sonreí, feliz, completa.
-Soy Nacho, encantado. –se acercó y me
dio los dos formales besos de presentación.
La presentación derivó en una larga
conversación, la conversación en una amistad, la amistad en cariño, y el cariño
finalmente, en amor. Y así en aquel instante, lo comprendí absolutamente todo.
Era simple, el destino era la explicación. Mario, el Rincón de los Soñadores
Frustrados, tan solo eran simples señales que me guiaban hacia mi destino, que
me ayudaban a cambiar mi vida, y así redirigirla. Yo había tomado la decisión
de seguir sus indicaciones, y así finalmente le conocí. Dicen que cuando
conoces a esa persona, esa con la que estas destinada a compartir tu vida, algo
se enciende en tu interior, lo sabes desde el primer instante. Y yo, yo soy
testigo y prueba de ello.
Música inspiradora para el relato: (lo que podría ser su Banda Sonora)
Entre muchísimas más, pero especialmente con estas desgasté el botón de replay!
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