miércoles, 20 de febrero de 2013

Los ojos verdes - Capítulo IV

-Vamos a entrar. –Sergio me arrastró casi literalmente al interior del garito, yo para variar, continuaba bloqueada.

Nos sentamos en la parte final del local, el bajísimo techo abuhardillado estaba adornado cuidadosamente con motivos invernales. Sentada estratégicamente de espaldas a Mario, si le seguía el juego, caería de nuevo en la obsesión. Después de un largo rato, la tensión desapareció, y casi olvidé por completo su indeseada presencia. No tardamos demasiado en levantarnos para regresar a casa, al fin y al cabo, por mucha nieve que hubiese, la mañana siguiente era laborable. Ya en la barra, justo cuando nos disponíamos a pagar, algo me sobresaltó inesperadamente. Una voz, pero no una cualquiera, tenía algo inexplicablemente atrayente; suave pero a la vez grave y masculina, irradiaba seguridad tanto seguridad como seducción, desde luego,  nunca antes había escuchado algo igual. Saludaba a alguien pero nadie contestaba. Insistió varias veces,  pero el interpelado se resistía. Más en mi mundo que en la realidad, el golpeteo de un dedo en mi espalda volvió a alterarme de golpe. Me giré inquieta, para después, quedarme completamente paralizada. Era el. Susurré un ahogado hola en un sonoro suspiro. No pude evitar mirarle a los ojos, de cerca, eran aún más hipnóticos. El contacto visual era intenso, casi sin parpadear, sin desviar la mirada lo más mínimo.

-Cuanto tiempo. –tan solo escuchar su voz ya hacía estremecer cada musculo de mi cuerpo.
-Si.-No me salían las palabras, sentía que estaba bajo un extraño hechizo, o tal vez incluso, una maldición, la de sus ojos.
-Pensaba que no volverías a venir. – parecía algo enojado.
-Lo intenté, pero era imposible. – la voz me temblaba en exceso.
-No era imposible, tan solo que[…] no sabías como hacerlo. –mi excesiva expresividad delató la perplejidad en la que estaba sumida.-Veo que no entiendes nada.
-Sinceramente, no.
-Puede que así sea mejor.
-O puede que no. –se hizo el silencio, con temor a perderle de nuevo, añadí- ¿qué es exactamente lo que tengo que entender?
-El porqué de nuestros encuentros.
-Sigo sin entenderte.
-Algún día lo harás. –Dicho esto, y sin despedida alguna, dio media vuelta y salió del local.

Olvidando por completo a Sergio, salí corriendo tras él. Había desaparecido, se había evaporado en la nada. No me sorprendí, había algo en Mario que  escapaba de toda lógica, explicación o ciencia. Dos posibles hipótesis para resolver el misterio; la primera era la magia, y la segunda y más probable, que hubiese perdido por completo la cabeza. Para aumentar aún más mi locura, cuando me giré disponiéndome a entrar de nuevo en El Rincón de los Soñadores Frustrados, estaba de nuevo abandonado. Sergio observaba el descuidado y anticuado interior. Le miré, pero no vi nada. En mi cabeza tan solo había lugar para esos ojos verdes, para esa aura de misterio. Volví a echarle otra mirada, me acerqué y le bese en los labios. No sentía absolutamente nada.

-Sergio, tenemos que decirte algo. –Cerré los ojos, me sentía terriblemente culpable.
-Dime cariño. –parecía alegre, lo que incrementó aún más mi malestar.
-Es importante. –Contesté secamente.
-¿Te pasa algo? –la preocupación era evidente.
-Creo que lo nuestro ya no funciona, y lleva tiempo sin hacerlo. –Miré fijamente el suelo, y sin pensarlo dos veces, me dejé llevar por la corazonada.
-¿Cómo puedes decir eso, Irma? – me tomó por el mentón obligándome a mirarle a los ojos, pero entonces, los cerré con fuerza.
-Nuestro amor ha muerto Sergio ¿es que no te das cuenta? –me soltó repentinamente, y giró la cara hacia otro lado, tratando de escapar.
-No, Irma, no lo veo.- se hizo un incómodo silencio – yo te quiero, con locura Irma.- Otra pausa, está algo más larga - ¿Qué es lo que he hecho mal? Puedo cambiar, te lo prometo.
-No, no has hecho nada mal, soy yo, lo siento, pero no quiero seguir con esto, tengo demasiadas dudas. –Tuve la suficiente valentía como para mirarle a la cara, desencajada, los ojos, aguados.

Me acerqué para darle el último beso, agridulce, con un ligero sabor a sal, por las lágrimas. Yo también estaba llorando. El beso fue breve pero intenso, muy doloroso, justo la despedida que se merecía una relación como aquella. Nos dimos la espalda, para continuar cada uno con su camino, para seguir con el trayecto que nuestro destino tenia escrito para nosotros, por separado.

Lo más curioso es que, a partir de aquel día, no volvería a ver nunca más a Mario. Inventé cientos de planes, ingenié miles modos, millones de hipótesis para poder resolver así el misterio, pero las incógnitas eran infinitas, y el sistema, imposible. La primera semana, creí verle un par de veces, pero todo era producto de mi imaginación, de mi obsesión. Llegué a plantearme ir al psicólogo, pero al final, no hizo falta. El tiempo hizo bien su trabajo, y así, poco a poco fui olvidando, el hechizo fue desapareciendo. El recuerdo quedó difuminado entre la realidad y el sueño, haciendo equilibrios en la frágil cuerda floja que les separa.

Mi vida finalmente, volvió a la normalidad. Las noches de los viernes volvieron a ser solitarias, las películas románticas y las palomitas, mis mejores compañeras. Pasaban los años, pero sin embargo, yo me había quedado completamente estancada, mi vida no avanzaba hacia ninguna parte. Fueron años mediocres, aburridos y poco productivos. Tiempos perdidos, juventud desechada.

Una mañana cualquiera, volviendo de hacer la compra, el destino, quiso hacerme comprender aquello que durante tanto tiempo me había atormentado. Era verano, y el sol abrasaba, hacía un calor insoportable. Me apresuré en regresar a casa, intentando correr torpemente cargando las pesadas bolsas. No veía nada, la luz era cegadora. De repente, un golpe seco. Reboté y caí al suelo, desparramando todo el contenido de las bolsas por la estrecha calle. Alcé la vista, unos cálidos ojos color miel a juego con los pequeños tirabuzones que caían desarreglados sobre un anguloso rostro.

-Lo siento. – Era la voz, la inconfundible voz de Mario, idéntica, por muy imposible que pareciese – Lo siento, lo siento… -repetía casi sistemáticamente mientras me daba la mano para ayudarme a ponerme en pie.
-No te preocupes, estoy bien. –le contesté amablemente mientras él recogía la compra.
-Toma. –Me enganchó las bolsas en el brazo, mientras sonreía con ganas y alegría.-Me alegro que no te hayas hecho nada, de veras que lo siento.
-Me suenas muchísimo ¿sabes? –no dejaba de mirarle fijamente, casi agresivamente por la intensidad.
-La verdad, que tú a mí también algo, pero no recuerdo nada. –frunció los labios y desvió la mirada al cielo pensativo.
-Bueno, no importa, será una sensación. –Sonreí, feliz, completa.
-Soy Nacho, encantado. –se acercó y me dio los dos formales besos de presentación.

La presentación derivó en una larga conversación, la conversación en una amistad, la amistad en cariño, y el cariño finalmente, en amor. Y así en aquel instante, lo comprendí absolutamente todo. Era simple, el destino era la explicación. Mario, el Rincón de los Soñadores Frustrados, tan solo eran simples señales que me guiaban hacia mi destino, que me ayudaban a cambiar mi vida, y así redirigirla. Yo había tomado la decisión de seguir sus indicaciones, y así finalmente le conocí. Dicen que cuando conoces a esa persona, esa con la que estas destinada a compartir tu vida, algo se enciende en tu interior, lo sabes desde el primer instante. Y yo, yo soy testigo y prueba de ello. 
 

 
Música inspiradora para el relato: (lo que podría ser su Banda Sonora)
 
 
 
 
 
 
Entre muchísimas más, pero especialmente con estas desgasté el botón de replay!

 

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